Tanto en nuestras vidas como en nuestros proyectos de negocios frecuentemente fracasamos en alcanzar nuestros objetivos por dos motivos principales: poca planificación y ejecución.
Como empresarios, no podemos dejar que el destino de nuestro negocio dependa únicamente de factores externos, quedando a la suerte de lo que el contexto nos depare. El destino depende de nosotros y aquí algunos apuntes para reflexionar cuando miramos hacia adelante.
Para comenzar: ¿sabemos a dónde queremos llegar? Es necesario visualizar, imaginarnos, elegir cómo nos gustaría que fuese la realidad de nuestro negocio en un determinado período de tiempo. Cuando lo hagamos debemos ser medianamente realistas, no podemos soñar con fantasías. Debe ser algo realizable, pero a la vez, importante. En este punto diferenciemos el hecho de pensar qué empresa queremos tener, no qué actividades nos gustaría hacer. El definir qué empresa soñamos determinará qué pasos deberemos tomar para llegar a ella.
En todas nuestras planificaciones hay que ser dramáticamente honestos. Es fácil y todos nos inclinamos a poner culpas afuera, justificar errores, evadir decisiones. No podemos mentirnos a nosotros mismos.
Pensemos en las herramientas necesarias para nuestro proyecto. Seguro habrá nuevas y antiguas. Hay que estar evaluándolas continuamente y decidir si hay que descartar algunas viejas o incorporar otras nuevas. Hay que actualizarse. En este sentido las personas que nos rodean son también una herramienta. Los pesimistas que creen que nada puede alcanzarse no nos ayudarán. Hay que rodearse de gente que crea en nosotros, aunque no apruebe todo lo que hagamos.
Durante toda nuestra vida y la de nuestra empresa apostemos en grande, seamos ambiciosos, no nos conformemos con poco. Seamos lo mejor que podamos ser, la mejor empresa dentro de nuestras posibilidades. Las empresas que se conforman con poco y no avanzan tienen los días contados.