Esta premisa parece sorprendente, ¿quién no querría trabajar menos al mismo tiempo que obtiene mejores resultados? ¿Será posible? A pesar de ello se trata de una idea que lleva ya muchos años de práctica y que está relacionada directamente con la utilización de las fechas límite. Estas últimas pueden sonar odiosas cada vez que las tenemos por delante, pero al mismo tiempo nos pueden ayudar mucho.
Las fechas límite nos enmarcan en el trabajo. Nos ayudan a enfocarnos en lo importante, a dejar de lado las distracciones, a optimizar nuestros recursos e incluso nos predisponen biológicamente para el trabajo, son una gran estimulación. Todo nuestro cuerpo se enfoca hacia la tarea cuando nos fijamos la fecha por delante, nuestra atención y concentración, toda nuestra energía. También las fechas límite tienen un efecto anti perfeccionista. Una tarea que podría llevarnos meses se hacen más realistas cuando tenemos un plazo por delante. Lo principal pasa a ser el completar la tarea, no realizar la tarea perfecta. Luego de realizarla y si nos queda tiempo, podemos mejorarla. Tengamos en cuenta además que cuanto mayor es el tiempo de trabajo, nuestras energías van en descenso y también nuestro rendimiento. Por ello vamos a valernos de ellas para aumentar nuestra productividad trabajando menos.
Comencemos fijándonos fechas límite para todas nuestras tareas. Cuando se trate de proyectos extensos, podemos dividirlos en etapas más pequeñas, cada una de ellas con su fecha de finalización. Estas fechas deben ser realistas, no podemos ser demasiado estrictos, pero si exigentes en la justa medida. Dentro de ellas necesitamos identificar las tareas clave de nuestro trabajo, para apuntar nuestros recursos en ellas. De todas formas mantengamos cierta flexibilidad frente a los imponderables que puedan surgir. Una vez que las cumplamos, denos una pequeña recompensa, quizá un recreo para disfrutar de los logros.