Usualmente la gente relaciona las fechas límite de su profesión con ansiedad, presión, nervios, estrés… Esta es una manera de verlas, ¿pero por qué no intentar otra? ¿Qué tal si pensamos en las fechas límite como inspiración, motivación, aliento? Seguramente nos sentiríamos más cómodos con ellas y además tendríamos otra herramienta de la cual valernos. Así que a cambiar nuestra perspectiva y a favor de nuestra productividad, compartimos otro concepto de fecha límite.
Si una tarea tiene una fecha de finalización, implica que necesariamente tiene una fecha de comienzo. Por esto, las fechas límite nos enfrentan en primera instancia con la actividad y nos hacen programarla, planificarla y organizarnos. También nos enfrentan a la tarea de finalizar las actividades, son una ayuda para que no queden inconclusas y se diluyan por extenderse demasiado. Las fechas límite nos ponen en acción y a la vez nos ayudan a cerrar etapas que nos permitan estar listos para las que vengan después.
En general nuestra actividad está conformada por muchas tareas simultáneas y las fechas límite nos ayudan en algo clave: la priorización. Ordenar las tareas por fecha de finalización es un criterio básico de organización. Esto hace que toda actividad se enmarque dentro de un tiempo específico, ni antes ni después de cuando deben suceder.
Como recomendación los alentamos a convivir con las fechas límite desde que se establecen. Es bueno saber qué tenemos por delante y trabajar por ello cada día. La fecha límite no debería significar un ultimátum de cuando ponerse a trabajar. Debería ser un recordatorio de lo que viene próximamente y los pasos que debemos ir tomando hasta llegar allí. Por último, acostumbrémonos a establecer y respetar nuestras propias fechas límite, no sólo las que se fijan externamente. Veremos cómo nos ayudan a aumentar nuestra productividad.